¡Hola!, me llamo
García, pero también me podría llamar Martínez, López, Sánchez… o, tal vez como
tú. Tengo miedo, sí, mucho miedo de la España que estoy viviendo todos los
días. Se me encoje el corazón cada vez que abro el periódico, enciendo la
televisión, sintonizo una emisora de radio, me siento delante del ordenador y
me conecto a internet. ¿Acaso este no es mi País? Pues yo no lo conozco. La
podredumbre se ha instalado en nuestras vidas, ha venido para quedarse. ¿Algún día
los medios de comunicación abrirán sus emisiones con alguna noticia alegre,
positiva, llena de vida?
Tengo miedo y además,
soy pesimista. Tenemos una casta, sí, casta, de políticos donde han ido a parar
todos aquellos que dijeron venían a servir. Más veo que han venido a servirse
de la política, a aprovecharse del cargo público, excelentemente remunerado y
cuando no lo es, o ellos consideran que no es suficiente, se abre el cajón y se
mete la mano en él. “Total el dinero público no es de nadie… pues para mí”.
Estás equivocado “querido” político, el dinero público si tiene dueño; es mío,
de este señor, de aquella señora o de esa viejecita… y además yo te he votado.
Yo te he puesto en ese sillón oficial, en ese cochecito, también oficial, te he
medito una tarjeta Visa en el bolsillo y así me lo agradeces. Quizás llegue el
día en que todos nos juntemos y os demos una patada en el trasero, que es lo
que os merecéis, todos, o casi todos. Dice uno de los padres de la Patria, el
Sr. Posadas, que no hay tanta corrupción, que no hay que generalizar, que el
pueblo es muy exagerado, total cuatro casos más para allá o para acá. Pero, no, D. Jesús, no se engañe, esto es solo
la punta del iceberg, hay mucho más sumergido, muchísimo más. Siento decirlo
pero para mí, el 99% de los políticos, solo persiguen un único fin: el poder,
el poder absoluto y con él todo lo demás, el dinero, la fama, apariencia, que
les hagan la pelota, y el gorrazo cuando pasan.
Tengo miedo, mucho
miedo y no veo la salida. Hasta hoy las elecciones servían para quitar a unos y
poner a otros. Al final parecían diferentes, pero eran casi iguales. Unos
tenían el corazón rojo y los otros lo tenían azul. Con el paso de esta
incipiente democracia, a lo largo de los últimos 30 años, se ha llegado a
formar un solo color, ¿cómo lo llamaríamos…? Si preguntáramos seguro que la
mayoría nos contestaría que el violeta. El color violeta o morado, considerado
por algunas religiones como el color de la penitencia, del sacrificio por las
culpas engendradas. Pues eso es lo que estamos haciendo en este momento,
purgando los errores cometidos de haber votado el bipartidismo tradicional,
pero que al final nos ha llevado a una situación límite y sin salida.
Tengo miedo, porque
mientras nos detenemos en esta estación de penitencia, purgando por el “y tú
más”, unos listillos desaprensivos, nos han adelantado por la derecha, aunque
ellos dicen ser de izquierdas y tal vez de muy izquierdas, próximos a una
dictadura. Me refiero a ese seudo-partido político formado por la degeneración
de una sociedad que ha cambiado en poquísimo tiempo y no ha sido capaz de
asimilar el cambio y las nuevas costumbres. Una sociedad burguesa que ha
perdido los principios de convivencia, lealtad, amistad, compañerismo… hasta,
incluso, el amor al prójimo. Ese poso ha formado, como los lodos, una masa de
un material indeterminado, que ni tan siquiera el mejor analista consigue
diferenciar sus componentes. Personajes, que cuando quieras saber lo que es el
odio, solo es necesario mirarlos a sus ojos. Ojos cargados de odio, que nos
miran como perdonándonos la vida, ya se sienten por encima del común de los
mortales.
Tengo miedo y mucho,
pues con sus proclamas incendiarias y promesas imposibles de cumplir, están
arrastrando tras ellos a un demasiado número de personas, cual flautista de
Hamelin. Arrastran a personas de izquierdas, derechas, a los que no son ni de
una cosa ni de otra, a los que no saben, ni contestan. El problema es que esta
gente no está convencida de lo que vota y van a llevar a estos personajes a un
parlamento, donde pueden, incluso, ser la llave de la gobernabilidad de España.
Tengo miedo porque con sus votos piensan castigar a unos y a otros, o quizás,
lo que sería más grave, hacerse el listillo votando a estos personajes, simplemente
por hacer una graceja, chascarrillo de taberna cuando se lleva una copa de más.
Un llamamiento a estos
votantes. Cuidado con vuestros votos, no os lo toméis a broma. Podéis provocar
el principio de la mayor crisis política y social que haya visto este País.
Utilizad esa llamada jornada de reflexión para pensar, un poco, que puede
propiciar vuestro voto irreflexivo. Tal vez ya no exista el mañana y sea
imposible regresar.
Dejadme, pues, que
tenga miedo, porque hay motivo para ello.
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