¿Cuántas películas has
visto en las que los malos, malísimos, ganen? Casi ninguna, ¿verdad? y es como
debe de ser, el malo tiene bastante con ser malo y el bueno debe ganar y
enamorar a la chica. Pero eso son las películas, la ficción. La realidad es
otra y sobre todo en esta España que nos ha tocado vivir.
Hoy me siente
profundamente triste por el suceso acaecido esta mañana en la estación de
Embajadores del metropolitano madrileño. Hoy ha muerto en acto de servicio un
muchacho, un hombre, pero por encima de todo un miembro del Cuerpo Nacional de
Policía. 28 años le contemplaban, toda una vida por delate. Pero hoy un
desaprensivo, un delincuente, un maleante, con numerosas anotaciones policiales
en contra y que inexplicablemente se encontraba en la calle, ha arrojado a las
vías del tren a este servidor público, era mejor matar a un policía, a un
hombre, a un joven, antes que volver a ser detenido. Un elemento al que nadie
llamó y que quizás cruzó ilegalmente nuestras fronteras, para venir aquí, ¿a
qué?
Descansa
en paz, Francisco Javier Ortega
Encabezaba el artículo
diciendo que los malos siempre pierden, menos aquí. Aquí mueren los policías,
antes que los etarras, mueren los guardias civiles, antes que los del Grapo y
mueren policías y guardias civiles antes que los delincuentes. ¿Por qué en un
atraco a un banco cae antes un servidor público que un atracador, que un
delincuente, que un desalmado?
Tal vez porque no hay
suficiente castigo para los malos, o tal vez, porque estas mujeres y hombres
arriesgan demasiado para protegernos y para hacer cumplir la ley, a pesar del
poco respaldo que tienen de “nuestros políticos”, a los que dicho sea de paso,
también protegen.
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